sábado, 16 de mayo de 2009

II CONCURSO DE RELATOS CORTOS DE RUGBY: EL DEBUT


Ante la avalancha de trabajos que han llegado a mi poder el ultimo dia de plazo del concurso, he decidido prorrogar la fecha del fallo del concurso hasta el dia 25 de mayo, para que los miembros del jurado puedan valorar tranquilamente los ultimos trabajos y compararlos con los llegados hasta esa fecha.

Esta segunda edición ha resultado todo un éxito de participación, llegando relatos de toda la geografia Española, de Argentina, Perú y Cuba.

El proximo lunes dia 25 de Mayo se publicara el fallo definitivo en este blog.

Hasta entonces, os dejo con uno de los relatos del concurso.


El Debút, que en clave de humor cuenta la primera experiencia de un jugado en una liga universitaria.


Cuando comprobé que aquellos dos enormes tiarrones venían a mi encuentro recordé que las fieras no hay que mirarlas directamente a los ojos.

-Tu el pelirrojo. ¿De dónde eres?

-¿Yo? ¿Del Prat, por qué?

-Pues nada, nos falta gente para el partido de la liga de Universidades de esta tarde y pensábamos que eras guiri.

-Hombre, si estáis colgados puedo echaros una mano, no soy muy malo –pobre de mi, no sabía dónde me metía.

Me dieron una camiseta enorme de rayas horizontales con el 17 en la espalda, en el vestuario de mi equipo se estaban cambiando suficientes jugadores como para dos equipos y me extrañó que hubieran dicho que les faltaba gente, pero no fue hasta que alguien dijo “vamos a bailar la haka” cuando me di cuenta de que aquello no era un partido de fútbol sala.

Traté de advertirles de mi error pero me empujaron al centro del campo, que era enorme y olía a césped mojado, y me instaron a imitar sus extraños movimientos acompañados de sonidos guturales. Cuando acabaron me enviaron al banquillo, y yo respiré aliviado.

Seguí la evolución del partido rezando por que el entrenador no se acordara de mi y sin entender absolutamente nada. Tan solo hubo una jugada que me sonó familiar y es que reconocí algo que había visto alguna vez en la natación sincronizada que me obligaba a ver mi novia algún domingo por la tarde, es esa figura en la que un par de nadadoras levantan a otra de las chicas por los tobillos y la sacaban fuera del agua. La cosa en el rugby era que se formaban 2 filas enfrentadas de 7 jugadores cada una y tiraban la pelota al medio, no se como algunos jugadores sabían donde iba a ir la pelota y se anticipaban alzando a más de metro y medio del suelo a un jugador, solo que él, en lugar de sonreír recogía el balón.


Iban jugados unos 20 minutos de la primera parte, perdón del primer tiempo, cuando después de una jugada un chico se retorcía en el suelo. El entrenador me miró por primera vez y me hizo un gesto con la cabeza. Obviamente me pedía que saliera al campo. Traté de avisarle, pero el solo pronunciaba números y palabras extrañas. Cuando se dio cuenta de mi cara, me dijo “melé, entra, ponte en la segunda línea y empuja”.

Corrí hasta un grupo de compañeros de mi equipo que se apiñaban en círculo contra los del otro equipo cogidos por los hombros. Les pregunté cuál era la segunda línea y me abrieron hueco para colocarme. En seguida que estuve en mi sitió empecé a empujar. El de al lado se giró “pero que haces desgraciado, no empujes!” “Me lo ha dicho el Mister”, pero hice caso de mi compañero y paré de empujar.

En ese momento llegó la pelota al centro círculo y se pusieron a empujar como locos, me pilló desprevenido y me caí al suelo mientras la melé se desplazaba por encima mío y yo dudaba entre protegerme la cara o lo realmente importante.

Después de esa jugada, el capitán me señalo un punto inconcreto del campo, “No te muevas de ahí” y conseguí mantenerme alejado del juego hasta el descanso.

Los 10 minutos de descanso pasaron demasíalo rápido. El entrenador reunió a todos los jugadores que trataban de hidratarse al máximo y les dio unas instrucciones complicadísimas. El partido iba bastante igualado y podíamos ganarlo. Estaba tan convencido de la victoria que hasta yo salí dispuesto a darlo todo.

Al poco de empezar la segunda parte teníamos otra melé, el entrenador gritó desde la banda “17 tu no te acerques, tu apoya al apertura”, “¿quién es el apertura?”.

Me señalo a uno de los que me habían “fichado” en la universidad, se encontraba algo alejado de la melé con cara de máxima concentración. Rápido como pude, en cuanto vi que la melé empezaba a desplazarse, me situé entre la masa del jugadores y el solitario apertura por si podía ayudarlo. No se como fue pero la pelota acabó en mis manos, todos me gritaban y yo no entendía a quién se la tenía que pasar, mientras se aclaraban llegaros dos contrarios que me placaron a lo bestia, una vez en el suelo no se cuantos se me tiraron encima ni quien se quitó la pelota.

Me quedé aturdido, acurrucado, en posición fetal por si pasaba alguien más, pero solo se acercó el árbitro. “¿Estás bien?”. De lejos oí al capitán, ya reconocía su voz: “17 a tu sitio, ¡vamos!”

Me levanté y corrí a mi sitio esperando no tener que intervenir. Corría de un lado a otro manteniendo una distancia más que prudencial de mis compañeros, de mis contrarios y sobretodo del balón, y sin ningún problema sobreviví hasta lo que debía ser una de las últimas jugadas del partido.

Íbamos empatados y el partido se iba endureciendo por minutos. Había varios jugadores con moratones en la cara, y el juego se había parado varias veces por malas caídas y golpes. Yo empezaba a captar la idea del juego aunque las jugadas seguían siendo algo indescifrable para mi. Me había relajado, confiaba en pasar desapercibido hasta el final del partido cuando de repente, otra vez me sorprendí con la bola en las manos.

Eché a correr hacía donde había visto que lo hacían mis compañeros. Sabía que si cruzaba la línea se contaba tanto y sobretodo, que la tenía que cruzar antes de que placaran. Corrí todo lo que pude. Estaba a unos metros de la línea, mis compañeros y los aficionabas me gritaban, pero está vez no me reñían, esta vez me animaban y me aplaudían.

Yo era rápido y nadie me podía alcanzar. Corrí todo lo que pude abrazado a la pelota hasta que crucé la línea. Estaba tan contento que no podía dejar de besar la pelota.

Pero cuando corrí hacía mis compañeros para celebrar con ellos el tanto de la victoria vi que ellos no parecían muy contentos y que me gritaban entre enfurecidos y desesperados “¡plántala, plántala!” Paré en seco, con la bola en la mano y levanté los hombros para que supieran que no tenía ni idea de que me estaban diciendo, ¿plantar? “¡Al suelo, al suelo! “ No entendía que me decían, pero cuando estaba a punto de tirarme al suelo, por si era eso lo que pedían, llegaron tres jugadores del contrario que me levantaron y me sacaron del campo por la línea del fondo. Yo no entendí que pasaba, pero por las caras de mi equipo quedaba claro que mi punto no contaba.

En ese momento acabó el partido y antes de dirigirnos al vestuario nos saludamos con el otro equipo. Noté que me miraban con curiosidad y con cierto choteo. En el vestuario nadie hablaba, pero no pude evitar preguntar “¿por qué no ha valido mi punto?” “tío, no lo has marcado, no has plantado la bola y te han sacado por la línea muerta” “tío, ¿de dónde sales?”. Creí que era mejor callarme y me concentré en localizar todas las heridas de guerra que llevaba.

Cuando ya estaba vestido y me iba a disculpar y a despedirme, el capitán me dijo “hombre, no, quédate al Tercer Tiempo”. ¿El tercer tiempo? ¿No habíamos acabado aún?

Salí del vestuario con mis compañeros, el rival ya estaba cambiado y nos esperaban ya con unos refrescos y unos aperitivos. Me sorprendió el buen humor después de un partido tan duro. Yo sin apenas haber intervenido estaba lleno de morados así que los otros debían estar bastante peor, y sin embargo nadie diría que habían estado jugando enfrentados, parecía un mismo equipo que sale de copas después de un entreno.

En eso pensaba cuando descubrí una palangana con cubitos de hielo. Sin pensármelo cogí uno en cada mano, la derecha para el chichón de la frente y la izquierda al pómulo, ¡qué alivio!. Me quedé junto al hielo.

Hacía mucho calor y los cubitos duraban poco, además yo iba lleno de magulladuras así que ahí estaba yo cubito tras cubito cuando se me acercó el capitán con cara de pocos amigos “A ver 17. Te has cargado el partido, está bien, está claro que no tienes ni idea de rugby y se te perdona, pero el hielo del martín ni lo toques que el Tercer Tiempo no nos lo vas a fastidiar!”

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